La meditación es el
arte de despertar. Dominando este arte podemos aprender nuevas formas de
abordar nuestras dificultades y llevar alegría y sabiduría a nuestra vida.
Desarrollando las herramientas y prácticas de la meditación
podemos despertar lo mejor de nuestras capacidades guerreras y humanas. La
clave de este arte es la capacidad de mantener estable nuestra atención. Cuando
cultivamos la plenitud de nuestra atención junto con un corazón tierno y
agradecido, nuestra vida espiritual crecerá de forma natural.
Para empezar a comprendernos debemos desarrollar cierto
nivel de atención, y para profundizar más en nuestra práctica, debemos escoger
una forma sistemática de desarrollar nuestra atención y entregarnos a ella
completamente. Para aprender a centrarnos podemos escoger un mantra o una
meditación y comprometernos a practicar con constancia, estar dispuestos a
trabajar con nuestra práctica día tras día, sin importar lo que surja. Esto no
es fácil para la mayoría de la gente, pues les gustaría tener grandes
resultados de forma inmediata. Pero ¿Qué gran arte se aprende rápidamente?
Cualquier entrenamiento profundo se desarrolla en la misma medida que nos
entregamos a él.
La práctica espiritual también es un arte, gracias al cual
aprendemos a dirigir nuestras vidas y a nosotros mismos con maestría.
Aprendemos cómo conectar con nuestro yo más auténtico. Un gran maestro guerrero
dijo que la práctica espiritual es como un trabajo manual, un trabajo de amor
en el que llevamos toda nuestra atención a nuestra propia situación una y otra
vez. Pase lo que pase, seguimos practicando y profundizando en nuestra
meditación y disciplina, aprendiendo a ver con honestidad y compasión,
aprendiendo cómo soltar, y cómo amar más profundamente.
Aunque al principio no es tan fácil. Cuando empezamos a
meditar, cuando empezamos buscando un tiempo en soledad en medio de nuestra
vida diaria ¿qué sucede? Normalmente, la primera experiencia es que nos
encontramos con una mente desconectada y dispersa, una mente desentrenada
semejante a un mono loco que salta sin cesar de un pensamiento a un recuerdo,
de lo que ve a lo que oye, de un plan a un reproche.
Cuando empezamos con el arte de la meditación, es realmente
frustrante. Mientras nuestra mente vaga distraída y sentimos la tensión
acumulada en nuestro cuerpo, a menudo nos damos cuenta de la poca disciplina y
paciencia que tenemos. No tardamos mucho en ver lo dispersa e inestable que es
nuestra atención incluso cuando intentamos dirigirla y enfocarla sobre algo.
Aunque normalmente pensamos en ella como en “nuestra mente”, si la observamos
honestamente, vemos que la mente sigue sus propias leyes y condiciones, sigue
su propia naturaleza. Al ver esto, también vemos que debemos descubrir una
relación más sabia con la mente que la conecte con el cuerpo y el corazón, y
calme y estabilice nuestra vida interior.
Lo esencial de esta conexión es traer una y otra vez de
vuelta la atención a la práctica que hemos escogido. Los mantras, la meditación
o la visualización nos dan una forma sistemática de enfocar y estabilizar
nuestra atención. Hay diferentes tradiciones de práctica, pero todas ellas
consiguen sus propósitos a través de la atención y centrarse en la práctica que
tenemos entre manos. De esta manera, conseguimos también claridad mental,
fortaleza, calma y una profunda conexión. Esa estabilidad y conexión nos da
como resultado niveles más profundos de comprensión e intuición.
Ya sea que hagamos una práctica de visualización, analítica,
con mantras, o una sencilla meditación siguiendo la respiración, siempre
implica estabilizar y volver a enfocar algo conscientemente una y otra vez.
Repitiendo nuestra meditación, nos relajamos y nos zambullimos en el momento,
conectando profundamente con lo que hay presente. Nos entrenamos para volver a
este preciso momento, y es un proceso que requiere paciencia.

Cuando emprendemos una disciplina espiritual, la frustración
está asegurada. Nadie nos ha enseñado en nuestra cultura cómo calmar y
estabilizar nuestra atención. Una de las claves para estabilizar la atención y
poder centrarnos es desarrollar un profundo interés en tu práctica. La
estabilidad se nutre del interés con el que nos enfocamos en nuestra
meditación. Para centrarnos en el objeto de nuestra meditación debemos combinar
un total interés con una atención delicada. Y así, conforme vamos aprendiendo a
estabilizar nuestra atención, se va haciendo más y más profunda la sensación de
calma.
La respiración es posiblemente el objeto de meditación más
universal empleado por la mayoría de tradiciones. Aunque hay otros objetos de
meditación que también son beneficiosos, y cada uno de ellos tiene sus
cualidades particulares, prestar atención a la respiración es una técnica
sencilla que suele ser muy útil para la mayoría de las personas. La meditación
en la respiración puede calmar la mente, relajar el cuerpo, y ayudarnos a
desarrollar la capacidad de concentración. Al poder disponer de la respiración
en cualquier momento del día y en cualquier circunstancia, cuando aprendemos a
usarla, la respiración se convierte en un apoyo para nuestra conciencia que
podemos usar toda la vida.
Pero ser conscientes de la respiración no es algo que se
consigue de inmediato. Al principio nos sentamos tranquilamente, dejando que
nuestro cuerpo esté relajado pero alerta, y simplemente intentamos encontrar la
respiración en nuestro cuerpo. ¿Dónde la sentimos realmente? ¿en el aire que
entra y sale por la nariz? ¿en un hormigueo en la garganta? ¿en el movimiento
del pecho? ¿en el subir y bajar del abdomen? El lugar donde sintamos con más
intensidad la respiración es el primer lugar donde podemos poner nuestra
atención. Si sentimos la respiración en muchos lugares diferentes, podemos
sentir el movimiento del cuerpo en conjunto. Si la respiración es demasiado
suave y difícil de encontrar, podemos poner la palma de la mano sobre el
abdomen y sentir en ella cómo el abdomen se expande y contrae al respirar.
Debemos aprender a enfocar nuestra atención cuidadosamente,
pero sin intentar controlar la respiración, sólo dándonos cuenta de su
movimiento natural, como simplemente observando lo que ocurre. ¿Qué ritmo
tiene? ¿es superficial o larga y profunda? ¿se acelera o se hace más lenta?
¿notas la temperatura del aire al entrar y salir? La respiración puede ser un
gran maestro porque siempre está moviéndose y cambiando. Simplemente con la
respiración podemos aprender sobre la tensión y la resistencia, y también sobre
abrirnos y soltar. Gracias a ella podemos sentir lo que significa vivir con
dignidad, sentir ese continuo fluir de energía y cambio que realmente somos.
Pero, a pesar del interés y de un gran deseo de estabilizar
nuestra atención, surgirán distracciones. Las distracciones son el movimiento
natural de la mente, y surgen porque nuestra mente no está clara. La mente es
como el agua turbulenta. Cada vez que sale a flote una imagen tentadora o un
recuerdo interesante, estamos acostumbrados a reaccionar, a involucrarnos o a
perdernos con ello. Cuando surgen imágenes o sentimientos dolorosos, nuestro
hábito es evitarlos y distraernos inconscientemente. En muchos de nosotros estos
hábitos son tan fuertes que, tras unos pocos momentos de calma, nuestra mente
se rebela. Una y otra vez la inquietud, la ocupación, los planes, los
sentimientos inadvertidos, todo ello interrumpe nuestro enfoque. Trabajar con
estas distracciones, dejando pasar las olas, volviendo a centrarnos una y otra
vez de una manera tranquila y serena, es la esencia de la meditación.

Si quieres, puedes empezar con una breve lectura inspiradora
antes de sentarte a meditar, o hacer un poco de yoga o estiramientos. Algunas
personas encuentran de gran ayuda meditar en grupo regularmente o hacer retiros
cada cierto tiempo. Experimenta con esos factores externos hasta que descubras
cuáles son los que te ayudan más a mantener tu paz interior. Entonces, haz que
sean una parte habitual de tu vida. Crear condiciones apropiadas significa
vivir sabiamente, proporcionando el mejor terreno para que nuestro corazón se
alimente y crezca.
Según nos entregamos al arte de cultivar la atención, al
pasar las semanas o los meses, descubriremos que nuestra atención empieza a
enfocarse por sí misma. Al principio hemos estado luchando para enfocarnos,
intentando mantenernos en el objeto de meditación. Después, gradualmente, la
mente se va librando de distracciones, y vamos sintiéndola como más pura, más
maleable y fácil de trabajar con ella.
Cuando empezamos a meditar, los pensamientos nos arrastran y
estamos mucho tiempo pensando. Después, según va creciendo nuestra capacidad de
atención, nos acordamos de la respiración cuando estamos pensando. Más tarde
podemos darnos cuenta de los pensamientos en cuanto aparecen o permitir que
pasen en el fondo, porque estamos tan enfocados en la respiración que no nos
distrae su movimiento.
Al continuar, el desarrollo de la atención nos acerca a la
vida, y cuanto más profundamente prestamos atención, menos sólidos se vuelven
nuestro cuerpo y nuestra respiración. Al estabilizarla, el poder de nuestra
atención nos muestra cómo cada parte de nuestra vida está cambiando y fluyendo,
como un río.
Según vamos ganando habilidad con nuestra práctica
descubrimos que tiene diferentes momentos, como las estaciones del año. A veces
nos sentamos a meditar y nos calmamos fácilmente. Otras veces la mente está
turbulenta y el cuerpo tenso. Y tenemos que aprender a navegar en diferentes
aguas.
Cuando hay tensión, aprendemos a suavizarla y relajarnos,
aprendemos a abrir la atención. Cuando la mente está adormilada, aprendemos a
enderezar nuestra postura y enfocarnos con más energía. Es como afinar un
instrumento de cuerda, debemos suavemente tensar o aflojar nuestra energía para
encontrar el equilibrio.
Al entrenar la atención, sentimos que siempre estamos
empezando de nuevo, siempre perdiendo el enfoque. Pero tan solo es una emoción
o un pensamiento que ha pasado por nuestra mente. En cuanto lo reconocemos
podemos soltarlo y volver a centrarnos en este preciso momento. Siempre podemos
volver a empezar. Poco a poco, según crece nuestro interés y se hace más
profunda nuestra capacidad de sentir, se abren nuevas etapas en la meditación.

Mantener un entrenamiento espiritual requiere un océano de
paciencia porque nuestro hábito de querer estar siempre en otro lugar es muy
fuerte. Nos hemos ido tantas veces del momento presente, durante tantos años.
Como seres humanos, y más como guerreros, podemos
entregarnos prácticamente a cualquier cosa que deseemos conseguir, y esa
perseverancia y dedicación de todo corazón es lo que le da vida a la práctica
espiritual.
Estamos entrenando nuestra mente, y queremos acabar
entablando amistad con ella, no forzándola. Por eso, podemos incluir también
sus distracciones en nuestra meditación con una actitud amistosa, con interés y
curiosidad. Así podremos darnos cuenta de su movimiento, de cómo la mente
produce olas. Nuestra respiración es una ola, las sensaciones de nuestro cuerpo
son olas. No tenemos que luchar contra las olas, podemos simplemente
reconocerlas, verlas venir y navegar sobre ellas.
Tal vez sea la actitud con la que hacemos nuestra meditación
el aspecto que más nos ayude. Lo que necesitamos es un sentido de perseverancia
y dedicación unido a una base de amistad. Necesitamos estar dispuestos a
relacionarnos directamente, una y otra vez, con lo que realmente hay aquí, pero
con delicadeza y sentido del humor. No debemos convertir el entrenamiento de
nuestra mente en un asunto excesivamente serio, que sintamos como un castigo o
penitencia.
La meditación es una práctica que nos puede enseñar a vivir
cada momento con sabiduría, ligereza, y sentido del humor. Es el arte de
abrirse y soltar, no de acumular o de luchar. Entonces, incluso con nuestras
frustraciones y dificultades, puede crecer en nosotros una sensación interior
de fuerza y tener una perspectiva mucho más amplia del mundo que nos rodea.
Durante la meditación podremos encontrarnos con experiencias interesantes,
difíciles, o incluso aterradoras, pero en este sorprendente proceso de
entrenamiento, aprenderemos a pasar por todas esas experiencias con un corazón
abierto y una mente en calma y despierta. Con nuestra práctica estaremos
entrenando nuestra mente, despertándola y fortaleciéndola, para ser capaz de
enfrentarnos con las diferentes situaciones de cada día con esa misma actitud
de calma y claridad, que nos permita vivir plenamente la vida y actuar en cada
momento con sabiduría y amor.
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