El guerrero tiene que sentir miedo para poder desarrollar su
valentía. Los cobardes no reconocen que tienen miedo, simplemente ponen excusas
para no tener que enfrentarse a sus temores.
Los temores que surgen en el camino son diversos: el miedo a
morir, el miedo a no ser capaces de responder a las exigencias de la vida, el
miedo a lo inesperado, el miedo al cambio… Aunque sabemos que no podemos vivir
para siempre, hacemos todo lo posible por ignorar ese hecho, vivimos como si el
mañana estuviera asegurado, cuando en realidad es todo lo contrario. Aunque nos
quejamos a menudo de nuestra vida, no queremos perderla. El miedo a morir es
uno de nuestros temores más profundos.
Por otra parte, mientras vivimos, tememos no poder cumplir
con todo lo que se nos pide cada día, en ocasiones nos sentimos incapaces de
seguir adelante, de seguir dando, de seguir avanzando. Nos abruma enfrentarnos
con la realidad en que vivimos, enfrentarnos con el mundo.
En nuestro recorrido también nos encontramos con el pánico,
un miedo intenso que nos asalta de repente cuando algo cambia en nuestra vida
sin esperarlo. Cuando sentimos que no podemos enfrentarnos a las situaciones
que encontramos, tenemos miedo, nos irritamos, o no podemos estarnos quietos.
La agitación es una manifestación común del miedo: tenemos que estar
garabateando en un papel, moviendo la pierna o golpeando la mesa con los dedos.
La inquietud que sentimos se manifiesta manteniendo en movimiento nuestro
cuerpo. Tenemos miedo de parar y tener que enfrentarnos cara a cara con lo que
sentimos.
Hay diferentes formas de apartar la mente de nuestros
temores: tomar tranquilizantes, salir a correr, mirar la televisión, leer
revistas o irse al bar. El cobarde evita el aburrimiento, porque cuando no está
ocupado empieza a ver sus temores y le angustia lo que siente, tiene que
divertirse y evitar pensar en la muerte.
Pero el guerrero debe reconocer sus temores. Debemos mirar a
nuestros miedos aceptando lo que sentimos, y no luchar contra ellos o mirar
hacia otro lado. Debemos observar lo que hacemos y descubrir la agitación que
surge del miedo, darnos cuenta que los temores nos acechan aunque no queramos
verlos.
Pero no debemos deprimirnos ni desanimarnos por reconocer y
aceptar que tenemos miedo. Al contrario, gracias a que tenemos miedos podemos
desarrollar la valentía, porque la auténtica valentía no surge de no temer,
sino de ser capaces de superar nuestros temores.

Cuando el guerrero empieza a tocar su corazón tierno y
sensible, es muy posible que no sepa qué hacer con esa forma de valentía. Pero,
poco a poco, según vaya sintiendo esa intensa tristeza en el fondo de su
corazón, comprenderá que el auténtico guerrero debe ser sensible y abrirse al
mundo, a pesar del miedo a ser herido por su vulnerabilidad. En ese momento ya
no siente vergüenza por llorar o ser sensible, es capaz de apasionarse en su
valentía por sentir el mundo que le rodea. Siente la necesidad de mantenerse
abierto y comunicarse con la vida, de sentir otros corazones sensibles como el
suyo.
Gracias a esa sensibilidad que desarrolla el guerrero al
abrir su corazón, es capaz de apreciar realmente el mundo en el que vive. Sus
sentidos se agudizan, sintiendo la intensidad de los colores, así como las
risas y los llantos que encuentra en su camino. Así va creciendo su valentía,
forjando su espíritu de guerrero, sintiendo bondad y autenticidad en su
corazón. A cada paso, se encuentra con situaciones comunes y corrientes, y a la
vez intensas y reales. De esta forma, de una manera sencilla y tranquila, los
temores del guerrero se convierten en valentía.
El verdadero espíritu del guerrero es una mezcla de tristeza y
ternura, un corazón abierto y sensible, de donde surge la auténtica valentía.
Si no sintiera esa tristeza y vulnerabilidad en su corazón, su valentía sería
muy frágil y no soportaría los golpes inesperados. Pero la valentía del
guerrero es lo que le impulsa a volverse a levantar cada vez que cae, una y
otra vez, para seguir enfrentándose con sus temores, para atravesarlos y seguir
adelante en su camino a pesar de ellos.
A pesar del miedo, pongo un pie delante del otro, para no dejar de caminar, y con cada piedra voy construyendo un muerte donde sentarme a descansar. Antes construía murallas, pero un buen día, las derribe... Y fue genial.
ResponderEliminarLa valentía es seguir adelante a pesar del miedo. Y las murallas que construimos para defender nuestro territorio se convierten en la prisión que nos separa del mundo que hay a nuestro alrededor... desde luego que es genial que sigas adelante y derribes los muros. Enhorabuena por tu valentía.
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