No importa de lo que
aparentemente trate un conflicto, su origen siempre está en defender nuestro
inestable sentido del yo.
El sentido del “yo” está en la
esencia de los problemas humanos. Damos por supuesto que somos quien pensamos
que somos. Pues claro, yo soy yo, ¿quién voy a ser si no? Pero ¿nos hemos
preguntado alguna vez qué es ese “yo” que soy?
Los maestros guerreros ven que
la experiencia que denominamos “yo” es por naturaleza muy inestable. Si yo soy
yo, y no tú o ella, eso implica que soy vulnerable, porque la esencia del “yo”
o de “nosotros” es que no somos otro. Eso significa que el mero hecho de ser
“yo” tiene que reafirmarse contra otro que se reafirma a sí mismo contra mí.
Así, el yo asume de forma natural una postura defensiva o agresiva, con muy
poco espacio para estar a gusto. El yo es una ilusión dolorosa.
Esto explica por qué a menudo
la gente resulta difícil de tratar. Si necesitas constantemente seguridad, y
buscas en el mundo posibles amenazas, te vas a encontrar con conflictos la
mayor parte del tiempo. El conflicto no es algo extraño, no es un fracaso, es
lo normal. Y casi siempre ocurre que, aunque la gente en conflicto piensa que
está luchando por esto o aquello, realmente está luchando por la identidad, por
el derecho de cada uno a ser quien es, y por la necesidad de justificar ese
derecho contra las demandas de otro.
Las que llamamos personas
difíciles están casi todo el tiempo enfadadas por algún daño, alguna herida,
que han sufrido y que les parece indicar que no está bien el que sean como son,
que sean quien son. Pero aun así esas personas son quienes son. En lugar de
intentar superar su sufrimiento, que parece demasiado abrumador para encararlo,
se ponen agresivas con todo lo que les rodea, lo que hace casi imposible tratar
con ellas. Cualquier cosa que hagas va a estar mal. Si lo aceptas, se
aprovechan de ello. Si te resistes, añades más leña al fuego. Caes en la trampa
si piensas que de alguna forma, a pesar de lo que les puedas recriminar, es
culpa tuya. También caes en la trampa si piensas que la culpa es suya, de
hecho, estas personas no han escogido ser de esa manera. Y la mayor trampa de
todas es pensar que puedes hacer algo para cambiarlas.
Sólo
hay una opción: comprender y apreciar por qué esas personas difíciles son como
son. Y cuando puedas hacer eso podrás amarlas a pesar de todo. Y entonces serán
menos difíciles, o al menos, te parecerán menos difíciles.
Esto no es tan imposible de
conseguir como puede parecerte, porque ¡tú también eres una persona difícil!
Todos nosotros tenemos momentos en los que estamos a la defensiva o somos
agresivos cuando nos sentimos amenazados. La sensación que tenemos en esos
momentos es desagradable y no nos hace sacar lo mejor de nosotros. Así que
tenemos un incentivo para tratar con esto. Si nos estudiamos atentamente a
nosotros mismos, con la ayuda de la práctica de meditación, buenas enseñanzas,
y un entrenamiento adecuado, también acabaremos por comprender a los demás.
Cuando apreciamos con humildad
por qué somos como somos, apreciaremos también por qué son como son las
personas difíciles. Igual que nosotros, ellas están sujetas a su
condicionamiento. Cuando manifiestan un comportamiento difícil, no son personas
felices. Comprender esto nos ayudará a perdonarlas, al menos un poco. Entonces
podremos apreciar la gran enseñanza guerrera que nos dice que las personas
difíciles son preciosos tesoros, individuos excepcionales que nos obligan a
desarrollar la sabiduría y la compasión que necesitamos para encontrar algo de
paz y estabilidad en este mundo lleno de problemas.
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