La meditación del guerrero es muy sencilla
y directa: se sienta en el suelo, adopta una buena postura, y siente que está
ocupando su sitio en este mundo.
Para
meditar, siéntate con las piernas cruzadas, de manera natural, sin forzar la
postura.
Siente
el momento presente, siente que tu vida es algo precioso, descubre la dignidad
que surge cuando, sencillamente, estamos tranquilos y atentos.
Es muy importante que estemos erguidos durante la
meditación, ya que la postura de nuestro cuerpo influye en el estado de nuestra
mente, y viceversa.
Siéntate
de esta manera, relajada pero presente, proclamando que verdaderamente eres un
ser humano, que eres un guerrero o guerrera.
Al sentarnos erguidos, no debemos tensar los hombros, sino
buscar una posición natural, en cierta forma orgullosa, sin timidez ni
vergüenza. No nos estamos inclinando
ante nada, enderezamos la cabeza y adoptamos una buena postura de cabeza y
hombros.
Cruzamos
las piernas de forma natural y relajada, sin forzarlas ni intentar tocar el
suelo con las rodillas. Relajamos los hombros y los brazos, dejando descansar
las manos sobre los muslos con las palmas hacia abajo. Sentimos que estamos
ocupando el lugar que nos corresponde en la vida.
Debemos
sentir que estamos aquí y ahora, por eso no cerramos los ojos, aunque dirigimos
la mirada hacia el suelo, dejándola descansar en una zona unos dos metros
delante de nosotros. Aunque no fijamos la mirada en nada en concreto, la
mantenemos dirigida en esa dirección, como si miráramos el horizonte o algo
lejano.
Una
vez sentados con una buena postura, prestamos atención a la respiración. Cuando
exhalamos salimos de nosotros mismos con el aire que se disuelve en el espacio,
y volvemos con la inhalación que se da de forma natural. Después volvemos a
salir con el aire una y otra vez. Nos disolvemos en el espacio con cada
exhalación, dejando que el aire entre de forma natural sin prestarle especial
atención. Sentimos la postura y volvemos a salir con la exhalación,
disolviéndonos en el espacio. Volvemos a la postura y nos disolvemos de nuevo,
y así con cada respiración.
En algún momento de este proceso aparecerá un pensamiento
en nuestra mente. Cuando eso ocurra, simplemente debemos reconocerlo, sin
castigarnos ni abandonarnos a él, diciendo para nosotros mismos mentalmente:
“pensando”. Cuando nos demos cuenta que un pensamiento nos ha arrastrado,
olvidándonos de dónde estamos o lo que estamos haciendo, simplemente, y con
cariño, nos decimos “pensando” y volvemos a llevar la atención a la
respiración.
Cuando
practicamos la meditación, no importa el tipo de pensamientos que tengamos,
buenos, malos o neutros, son todos simplemente pensamientos. Los reconocemos
como tales diciendo “pensando”, y volvemos a la respiración. Cada vez que nos
distrae un pensamiento nos decimos “pensando” y volvemos a la respiración.
“Pensando” y de vuelta a la respiración.

Nos
sentamos de forma sencilla, sintiendo esa dignidad de guerrero que surge en
nuestro interior. Estamos aquí y ahora, presentes, conscientes, completamente
aquí, con todo nuestro ser, tal y como somos.
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