SANAR LAS HERIDAS


Casi todos los que emprenden un verdadero camino guerrero, descubrirán que una profunda sanación personal es una parte necesaria de su proceso espiritual. Cuando se reconoce dicha necesidad, la práctica interior puede dirigirse para llevar dicha sanación al cuerpo, al corazón y a la mente.

Una práctica interior con sabiduría exige que incluyamos activamente el dolor y el conflicto de nuestra vida, con el fin de conseguir la integración y la armonía interior

Mediante la guía de un maestro hábil, la meditación puede ayudarnos a conseguir dicha sanación. Sin incluir este paso básico de la sanación, los estudiantes guerreros pueden descubrir que están bloqueados para niveles más profundos de meditación o que son incapaces de integrarlos en sus vidas.

Mucha gente se acerca por primera vez a una práctica espiritual con la esperanza de curar sus penas y heridas, las zonas complicadas de sus vidas. Esperan superarlas y entrar en un reino espiritual lleno de gracia divina, libres de todo conflicto.

Pero la verdadera madurez en el camino del guerrero nos exige que descubramos la profundidad de nuestras heridas: las lamentaciones por el pasado, los anhelos insatisfechos, la pena acumulada a lo largo de nuestra vida.


Hasta que  no seamos capaces de aportar consciencia y comprensión a nuestras antiguas heridas, repetiremos una y otra vez sus patrones insatisfechos de deseo, ira y confusión.
Aunque hay diferentes formas de sanar las heridas en el camino del guerrero, dos de las más significativas se desarrollan mediante una práctica interior sistemática.

La primera forma de sanación se produce cuando desarrollamos una relación de confianza con un maestro. La sanación no puede provenir únicamente de nosotros mismos. El proceso de sanación interior exige desarrollar una relación de compromiso con un maestro o guía.


Ya que muchas de nuestras grandes heridas son consecuencia de relaciones pasadas, es precisamente mediante la experiencia de una relación consciente y con sabiduría la forma en que podemos sanarlas. Esa misma relación nos da la base para abrirnos a la compasión y a la libertad del espíritu. Donde el dolor y la frustración del pasado nos han dejado aislados y cerrados, un maestro con sabiduría puede ayudarnos a volver a confiar. Cuando mostramos nuestros temores más oscuros y nuestros peores aspectos, y son aceptados compasivamente por otra persona, aprendemos a aceptarnos a nosotros mismos.

Una relación sana y sincera con un maestro nos sirve de modelo para poder confiar en los demás, en nosotros mismos, en nuestros cuerpos, en nuestras intuiciones y en nuestra experiencia directa. Nos da confianza en la vida misma. Las enseñanzas y los maestros son como indicaciones que nos muestran el camino que nos llevará al despertar.


Otra forma de sanación ocurre cuando empezamos a llevar el poder de la consciencia y la atención amorosa a cada aspecto de nuestra vida, con la práctica sistemática de la observación.

Los maestros guerreros nos enseñan a cultivar la consciencia en cuatro aspectos básicos de la vida, las Cuatro Bases de la Atención. Estas áreas de atención son: consciencia del cuerpo y de los sentidos, consciencia del corazón y de los sentimientos, consciencia de la mente y de los pensamientos, y consciencia de los principios que gobiernan la vida, o leyes universales.


El desarrollo de la consciencia en estas cuatro áreas es fundamental para las prácticas guerreras que nos llevan a una visión clara y al despertar. El poder de la consciencia es siempre curativo y produce apertura, y las enseñanzas guerreras nos muestran cómo extenderlo a cada área de la vida. Esta es la forma en que sanamos las heridas, dirigiendo una atención meditativa a cada uno de los cuatro aspectos de la vida.







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