La práctica
de la meditación empieza, a menudo, con técnicas que nos llevan a la
consciencia del cuerpo. Esto es muy importante en una cultura como la nuestra,
que ha descuidado la vida física e instintiva. En meditación, podemos
relajarnos y sentarnos tranquilamente, permaneciendo realmente con todo lo que
se presenta. Mediante la consciencia, podemos cultivar la voluntad de abrirnos
a las experiencias físicas, sin luchar con ellas, podemos vivir realmente en
nuestros cuerpos. A medida que lo hacemos, sentimos sus placeres y sus dolores
con mayor claridad.
Para sanar
el cuerpo, hemos de investigar el dolor, si prestamos verdadera atención a
nuestros dolores físicos, descubriremos diferentes tipos. A veces, veremos que
el dolor es resultado de intentar adaptarnos a una postura a la que no estamos
acostumbrados, otras veces será una señal de que estamos enfermos o tenemos un
verdadero problema físico. Estos dolores requieren una respuesta y una acción
sanadora por nuestra parte.

Cuando nos
sentamos a meditar los dolores de nuestro cuerpo se hacen más conscientes, al
estar quietos durante un rato aparecerán dolores en los hombros, en la espalda
o el cuello. A medida que nos vamos abriendo, irán haciéndose evidentes los
nudos acumulados en nuestro cuerpo, que hasta ahora pasaban desapercibidos. Y
conforme vamos siendo conscientes de ese dolor contenido, también iremos siendo
conscientes de sentimientos, imágenes o recuerdos directamente relacionados con
esas partes de nuestro cuerpo.
Si poco a
poco vamos aceptando conscientemente todo eso que habíamos estado guardando y
olvidando hasta ahora, iremos sanando nuestro cuerpo. Una parte de la
meditación consiste en aprender a trabajar con esa apertura y aceptación.
Podemos prestarle atención de una manera abierta y acogedora a esas sensaciones
que forman parte de nuestra experiencia corporal.
Cuando estés
meditando, intenta dejar pasar por ti todo lo que se presente, sin luchar ni
rechazar nada. Presta atención a lo que surge con una actitud acogedora y
cariñosa. Poco a poco se irán liberando tensiones y la energía empezará a fluir
por esos lugares de tu cuerpo, sanándolo. Se irán abriendo esos nudos que
habían creado antiguas enfermedades o traumas. Así, según se van disolviendo
esos nudos, los canales de energía se irán abriendo y habrá una purificación
física más profunda.
Observa con atención
el dolor y las sensaciones desagradables que normalmente reprimes. Observando
atentamente el dolor, se irán mostrando por sí mismas las diferentes capas que
lo encerraban. En un principio, podemos simplemente ser conscientes del dolor
sin crear más tensión, observar y sentir el dolor físicamente, darnos cuenta de
cómo se manifiesta. Después podemos observar todas las capas que rodean ese
dolor: internamente puedes sentir fuego, vibración o presión; por encima suele
estar la capa de tensión y contracción física; sobre ésta capa puede haber una
emocional de rechazo, enfado o temor, y sobre ella una capa de pensamientos
como: “Espero que esto se acabe pronto”, “debo estar haciendo algo mal si
siento este dolor” o “vivir es doloroso”. Para poder sanar nuestro cuerpo
debemos ser conscientes de todas esas capas.
En algún
momento de nuestro camino guerrero, todos tenemos que enfrentarnos al dolor
físico, ya sea puntualmente o de manera habitual. Por eso, según vamos
profundizando en la práctica corporal, debemos acoger cualquier cosa que
aparezca y observarla con una actitud atenta pero abierta y cariñosa,
permitiendo que nuestro cuerpo se abra y relaje por sí mismo.
Muchas veces
nos enfrentamos con nuestros dolores y enfermedades, ya sea una enfermedad
grave o un simple dolor de cabeza, odiando el dolor y también la zona de
nuestro cuerpo donde lo sentimos. En cambio, si dirigimos a esa zona nuestra
atención con amor y compasión, acariciando lo más profundo de nuestras heridas,
sentiremos su curación.
Si prestamos
atención a nuestro cuerpo podemos cambiar totalmente la forma en que nos
relacionamos con el aspecto físico de nuestra vida. Se harán conscientes con
más claridad los ritmos y las necesidades de nuestro cuerpo. Habitualmente,
estamos tan ocupados con nuestra vida cotidiana que no prestamos atención a
nuestro cuerpo, olvidando cuidar la dieta y el ejercicio físico adecuado. En
este sentido, la meditación puede ayudarnos a darnos cuenta de la forma en que
descuidamos los aspectos físicos de nuestra vida, y percibir lo que nos está
pidiendo el cuerpo.
Ignorar el cuerpo o
forzarlo en exceso es una visión errónea del camino espiritual. Si apreciamos,
respetamos y honramos nuestro cuerpo prestándole la atención necesaria,
podremos relacionarnos de una manera sana con nuestros sentimientos, con nuestros instintos, y con toda nuestra
vida. Desarrollando esta atención hacia el aspecto físico de nuestra vida,
podremos también experimentar la sanación de nuestros sentidos, rejuveneciendo
nuestra forma de percibir el mundo. Los colores serán más puros e intensos, los
sabores más frescos, e incluso la sensación de apoyar nuestros pies sobre la
tierra será como una nueva experiencia. Esta sanación de los sentidos nos
permitirá disfrutar del gozo de estar vivos y de una relación más profunda con
la vida, aquí y ahora.
Comentarios
Publicar un comentario
Gracias por tu colaboración.