Siéntate sobre un
cojín o una silla, con una postura erguida, estable y conectada con la tierra.
Siéntate con dignidad y enraizado en la tierra, sintiendo tu capacidad para
afrontar lo que sea que se presente. Cierra los ojos y dirige tu atención a la
respiración. Deja que tu cuerpo respire con libertad, sin modificar la
respiración ni intentar controlarla. Siente como cada respiración te aporta
calma y serenidad. Mientras respiras, siente que eres capaz de abrir tu cuerpo,
tu corazón y tu mente.
Abre tus
sentidos, tus sentimientos y tus pensamientos. Sé consciente de las sensaciones
que experimentas con tu cuerpo, con tu corazón y con tu mente. Crea espacio
mientras respiras. Deja que ese espacio se vaya abriendo, permitiendo que surja
cualquier cosa. Relájate y deja que tus sentidos se abran. Sé consciente de lo
que aparezca, sonidos, sentimientos, imágenes o historias.
Siente tu
comunicación con la tierra y esa sensación de estabilidad que te ofrece,
ocupando tu lugar en el centro de tu mundo, abriendo tu consciencia a la danza
de la vida. Siente tu cuerpo sentado y reflexiona sobre lo beneficioso del
equilibrio y la paz en tu vida. Siente cómo eres capaz de permanecer estable,
inamovible, mientras pasan y cambian las estaciones de tu vida. Observa como
todo lo que surge acaba desapareciendo. Contempla como las alegrías y las
penas, las experiencias agradables y desagradables, las personas y las
civilizaciones, nacen y mueren. Ocupa tu lugar, y descansa con un corazón
abierto y compasivo, en el centro del mundo, acogiendo todo lo que surja.
Permanece el
tiempo que desees sentado, con presencia y dignidad. Después de un rato,
centrado y sereno, abre los ojos. Ponte de pie y da algunos pasos, caminando
con la misma dignidad y conectado con la tierra. Practica de esta manera,
sentándote y caminando, y experimentando esta sensación de estar abierto, vivo
y presente con todo lo que surge en tu vida, ocupando tu lugar en el mundo.
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