Al hablar del guerrero no hablamos de hacer la guerra. La agresión es
la causa de la mayoría de problemas de nuestra sociedad, no es la solución a
ninguno de ellos. Cuando hablamos del guerrero, hablamos de una persona
valiente, que sigue adelante a pesar de sus miedos.
El camino del guerrero nos enseña a no tener miedo de ser quien
somos. El guerrero es valiente porque no tiene miedo de sí mismo, y eso le hace
capaz de ser amable y valiente al mismo tiempo.
El camino del guerrero nos despoja del egoísmo. Si tenemos
miedo de nosotros mismos y sentimos el mundo que nos rodea como una amenaza,
nos convertimos en seres egoístas, cerrándonos a los demás, levantando muros
que nos separen del mundo, intentando construir nuestro pequeño mundo aislado y
cómodo para sentirnos seguros.
La valentía del guerrero debe extenderse lejos, tiene que ir
más allá de lo conocido y seguro para encontrar la forma de ayudar al mundo. El
guerrero no espera que otros lo hagan por él, si no ayuda al mundo ¿quién lo
hará?
Para ayudar al mundo no hay que descuidar nuestra vida
personal. El guerrero empieza por ayudar a las personas que le rodean, a su
familia, a sus amigos. El guerrero empieza a cambiar su mundo ayudándose a sí
mismo, abriendo su corazón y siendo amable consigo mismo.
El guerrero nunca deja de ser guerrero. Siempre está atento, para ver
dónde es necesario, y dispuesto a ayudar a quien lo necesita.
El guerrero no intenta imponer sus ideas a nadie, ni su
ayuda a quien no quiere ser ayudado, para no crear más caos y agresión en su mundo.
Para poder ayudar a otros, el guerrero debe antes descubrir
qué tiene en su interior para ofrecer al mundo. Debe contemplar su vida y su
experiencia para encontrar lo que hay de valioso en ellas, que pueda ofrecer a
otros para inspirarlos a vivir una vida más digna y plena.
Como todo ser humano, el guerrero no está libre de problemas
y confusión, y sufre también altibajos emocionales y psicológicos. Pero, a
pesar de todo ello, en su interior permanece su esencia de guerrero, su bondad
y su ternura.
Si no descubrimos y estamos en contacto con nuestro corazón
de guerrero, tierno y sensible, no hay posibilidad de ayudar verdaderamente a
nadie. Si no experimentamos nosotros mismos esa ternura y valentía en nuestro
corazón ¿cómo podemos mejorar este mundo?
El guerrero descubre su verdadero corazón con las vivencias
más simples: al apreciar simplemente el hecho de estar vivo, que no depende de
los éxitos conseguidos ni de los deseos satisfechos.
A menudo, el aprendiz de guerrero no reconoce ese corazón
tierno y sensible en su interior, aunque hay momentos, aunque sea un segundo,
que algo conecta con ese punto sensible: un color brillante, una melodía, una
sensación en la piel, una brisa fresca.
Aunque normalmente los ignoramos, vale la pena reconocer y
aprovechar esos pequeños momentos de apertura, en los que el mundo toca nuestro
corazón, porque nos muestran la ternura de nuestro ser y el frescor de estar
vivos.
Todo ser humano tiene en su interior ese punto sensible, claro y
abierto, lleno de ternura y con una gran capacidad de apreciar la que nos
ofrece la vida a cada instante.
El guerrero mantiene una conexión directa con la realidad
del mundo en el que vive, que le despierta y le hace sentir ese tierno corazón
que alberga en su ser. No se afana en perseguir los aspectos placenteros de la
vida, acepta lo que el mundo le da en cada momento, ya sea dulce o amargo. Ni
está dispuesto a vender su dignidad y convertirse en esclavo de ninguna
creencia.
El guerrero aprecia la verdad de la experiencia, pero la acaricia con
delicadeza, apreciando la realidad sin ponerse excesivamente trascendental,
manteniendo el sentido del humor para reírse de sí mismo, cuando el universo le
gasta una broma inesperada.

Como seres humanos podemos abrir nuestros ojos y nuestro
corazón para entender la realidad de la vida, y convertirnos en guerreros y guerreras
libres, capaces de superar los obstáculos y elevar nuestras vidas por encima de
la mediocridad de la resignación.
El guerrero aprovecha su cuerpo y su mente para trabajar con
la realidad de una manera digna y con humor, descubriendo que el universo
entero colabora con él para celebrar la experiencia de vivir.
Al comprender que podemos experimentar directamente la
realidad y trabajar con ella, el guerrero sabe que el mundo no es una amenaza y
que puede trabajar con él, allí donde está.
El guerrero siente que su vida es auténtica, por eso no
tiene que engañarse ni engañar a nadie. Puede ver sus defectos sin sentirse
culpable y ver a la vez que es capaz de ofrecer a los demás su bondad.
El guerrero puede decir la verdad sin rodeos y abrirse
completamente, al tiempo que es firme y constante.
El camino del guerrero nos enseña que la valentía es negarse
a rendirse por nada ni por nadie.
El guerrero sabe que puede salvar al mundo de la destrucción
pero, además, se esfuerza por construir a su alrededor una sociedad despierta.
Para ayudar al mundo, el guerrero emprende su propio viaje, no se
queda imaginando o especulando lo que nos deparará el futuro, sino que sale a
buscar el significado de una sociedad humana y despierta, y a encontrar la
forma de hacerla realidad.
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