PARAR LA GUERRA



La ignorancia nos hace pelear con la vida, intentando huir del dolor y buscando los placeres y la seguridad, aunque nunca lleguemos a encontrar una verdadera satisfacción en ellos.

La sociedad en que vivimos nos intenta convencer de que debemos protegernos ante cualquier dificultad buscando la comodidad, negando la realidad de la vida. Huyendo de nuestra propia inseguridad luchamos contra el dolor, la muerte y la pérdida, cerrando los ojos a las verdades básicas del mundo y de nuestra propia naturaleza, gastando en ello una enorme energía y muchísimo tiempo.

Negamos la realidad para escapar del dolor y las dificultades de la vida, y para fortalecer esa negación utilizamos las adicciones. Esas adicciones son los apegos compulsivos, que se repiten una y otra vez en nuestra vida, para escapar de nuestros sentimientos más profundos y no enfrentarnos a los verdaderos obstáculos que encontramos en la vida.

Una de las adicciones más habituales, y más difícil de abandonar, es la adicción a la velocidad. En esta sociedad tecnológica en la que vivimos nos vemos continuamente empujados a aumentar el ritmo de nuestra vida. Inmersos en una sociedad que exige cada vez más, la velocidad y las adicciones nos hacen insensibles a la experiencia, y nos sentimos cada día más aislados, más solos, al cortar la comunicación con los demás y con la auténtica naturaleza de nuestro mundo.

La verdadera práctica del guerrero es aprender a detener la guerra.

Debemos aprender paso a paso a detener la guerra, y practicar sin descanso hasta que se convierta en una forma de ser.

Cuando en el interior de un guerrero hay una auténtica paz, su calma interior genera paz en la vida que le rodea.


Para detener la guerra debemos comenzar con nosotros mismos. El objetivo de la disciplina del guerrero es ofrecernos una forma de parar la guerra, sin lucha y sin agresión, de una manera natural a través de la comprensión y el entrenamiento gradual. Desarrollar una práctica interior nos ayuda a cultivar una forma nueva de relacionarnos con la vida sin tener que luchar.

Cuando salimos de la batalla, vemos con frescura, como dice el Tao te Ching, “con los ojos libres de anhelo”.

Podemos descansar en el momento presente cuando dejamos de luchar y
abrimos el corazón a las cosas tal como son. El amor en pasado es solamente un recuerdo, y el amor en futuro tan solo una fantasía. Sólo se puede amar, despertar y encontrar la paz en el momento presente, comunicándonos con nosotros mismos y con el mundo que nos rodea a cada instante.


Parar la guerra y estar presente son dos aspectos de las acciones del guerrero. Estar presente es detener la guerra, porque significa experimentar el aquí y ahora, sin esperanza y sin miedo, viendo la realidad de la vida tal como es, para fluir con ella en lugar de luchar para cambiarla.

Cuando estamos presentes, nos sentimos vivos, aunque nos encontremos con aquellas cosas que hemos estado evitando. El guerrero debe tener el valor de enfrentarse con lo que hay en el presente: el dolor, el deseo, la pena, las pérdidas, las secretas esperanzas, el amor… todo lo que nos conmueve profundamente.

Para despertar, el guerrero debe comunicarse con su cuerpo, con sus sentimientos, con su vida aquí y ahora. Vivir en el presente nos exige un compromiso continuo. Cuando recorremos el camino del guerrero, se nos exige que paremos la guerra una y otra vez sin descanso.

Si paramos a escuchar, podemos darnos cuenta de que cada cosa que tememos o anhelamos nos empuja a desconectar de nuestro corazón, corriendo tras la imagen de una vida ideal según como nos gustaría que fuera.

Parar la guerra y estar presente nos descubre la grandeza del corazón del guerrero, que siente la felicidad de todos los seres inseparable de la suya propia. Cuando nos permitimos sentir el miedo, el descontento o la pena, que hemos estado ocultando, podemos sentir la ternura de nuestro corazón.

Con el corazón abierto, el guerrero puede mantener una presencia auténtica ante los sufrimientos de la vida, consciente de lo efímero y transitorio que es todo en ella.

Si estamos abiertos a que el mundo toque nuestro corazón, nos daremos cuenta del dolor que hay en la vida de los demás, de igual manera que lo hay en la nuestra. Así nace una comprensión de la realidad iluminada por la sabiduría.

Con esa comprensión sabia, podemos permitirnos acoger todas las cosas, las luces y las sombras, experimentando una sensación de paz, la paz del corazón que no lucha contra nada, que acepta y toca todo con ternura.


Con un corazón abierto estamos disponibles y conectados con la gente que nos rodea. Con una comprensión sabia podemos movernos por la vida sin agresión y en armonía con ella, podemos fluir con la realidad de la vida y el universo.

Como guerreros debemos alejarnos de la velocidad, las adicciones y la negación de la realidad para poder detener la guerra. La compasión y la apertura de corazón surgen cuando paramos la guerra. El deseo más profundo del corazón del guerrero es descubrir cómo hacerlo.

Todos los guerreros comparten el anhelo de ir más allá de los límites de su miedo, ira o adicciones, para conocer algo más grande que el “yo” y lo “mío”, algo más inmenso y profundo que nuestra pequeña historia personal y nuestro pequeño ser.




Esa es la meta de la disciplina del guerrero y de escoger un camino con corazón: Encontrar la paz en nosotros mismos y parar la guerra, tanto en nosotros como en el mundo que nos rodea.





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