Una
de las principales causas de la disociación cuerpo-mente que padecemos es un
peso “muerto” que solemos llevar a todas partes, el peso de los lastres del
pasado.
¿Cuántas
veces te has encontrado durante el día de hoy pensando en algo que ya pasó?
Seguro que más de una. Hay días que más bien… no dejamos de pensar en el pasado
¿no es cierto? Alguien nos hizo daño y no dejamos de darle vueltas en la
cabeza, pensando en cómo vengarnos o simplemente que no nos merecíamos esa
afrenta.
Otras
veces es el sentimiento de culpa o arrepentimiento lo que nos ata, con cadenas
más pesadas que el acero, a nuestro pasado: ¿Y si no hubiera tomado esa
decisión? ¿Por qué tuve que responder así? ¡Yo tengo la culpa de todo!
Con
esto no quiero decir que no debamos aprender de nuestros errores o perder de
vista de dónde venimos. Las experiencias pasadas son muy valiosas para crecer,
aprender y desarrollarnos, pero se convierten en pesados lastres que nos
impiden avanzar cuando están ocupando nuestra mente una y otra vez, haciéndonos
perder la experiencia del momento presente, distrayéndonos del ahora y disociando
nuestro cuerpo y nuestra mente. El pasado ya no volverá y debemos dejarlo atrás
para seguir adelante más ligeros de equipaje.
Sobre
esto hay una historia interesante:
“Dicen
que hace tiempo, iban dos monjes caminando de regreso a su monasterio, que
estaba en lo alto de una montaña. Era un camino largo, de varias horas,
atravesando valles y ríos. Precisamente, cuando se acercaban a uno de esos
ríos, encontraron a una mujer que no se atrevía a cruzarlo, pues no había
puente y el caudal había crecido por las últimas lluvias. Al ver acercarse a
los monjes, la mujer les pidió ayuda para poder cruzar a la otra orilla. Uno de
ellos, tomándola entre sus brazos, la llevó hasta el otro lado del río. La
mujer le dio las gracias y los monjes continuaron su camino. Dos horas después,
los monjes continuaban caminando por el monte sin decir una palabra, hasta que
el otro monje no pudo contenerse y rompió el silencio:
-
¿Cómo has podido tomar entre tus brazos a
esa mujer, a pesar de los votos que hicimos de no tener ningún contacto físico
con mujer alguna? ¿Cómo puedes seguir tan tranquilo a pesar de haber roto tu
voto?
-
Querido amigo –dijo el monje que
ayudó a la mujer a cruzar el río- yo dejé
a esa mujer en la otra orilla. Pero tú aún sigues llevándola a cuestas.”
No
hagamos como ese monje, no sigamos cargando con los lastres del pasado.
Comentarios
Publicar un comentario
Gracias por tu colaboración.